ESCÁNDALO
Y LOCURA
Domingo de Ramos
José Antonio Pagola
Los primeros cristianos lo
sabían. Su fe en un Dios crucificado sólo podía ser considerada como un
escándalo y una locura. ¿A quién se le había ocurrido decir algo tan absurdo y
horrendo de Dios? Nunca religión alguna se ha atrevido a confesar algo
semejante.
Ciertamente, lo primero que todos
descubrimos en el crucificado del Gólgota, torturado injustamente hasta la
muerte por las autoridades religiosas y el poder político, es la fuerza
destructora del mal, la crueldad del odio y el fanatismo de la mentira. Pero
ahí precisamente, en esa víctima inocente, los seguidores de Jesús vemos a Dios
identificado con todas las víctimas de todos los tiempos.
Despojado de todo poder
dominador, de toda belleza estética, de todo éxito político y toda aureola
religiosa, Dios se nos revela, en lo más puro e insondable de su misterio, como
amor y sólo amor. No existe ni existirá nunca un Dios frío, apático e
indiferente. Sólo un Dios que padece con nosotros, sufre nuestros sufrimientos
y muere nuestra muerte.
Este Dios crucificado no es un
Dios poderoso y controlador, que trata de someter a sus hijos e hijas buscando
siempre su gloria y honor. Es un Dios humilde y paciente, que respeta hasta el
final la libertad del ser humano, aunque nosotros abusemos una y otra vez de su
amor. Prefiere ser víctima de sus criaturas antes que verdugo.
Este Dios crucificado no es el
Dios justiciero, resentido y vengativo que todavía sigue turbando la conciencia
de no pocos creyentes. Desde la cruz, Dios no responde al mal con el mal. “En
Cristo está Dios, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, sino
reconciliando al mundo consigo” (2 Corintios 5,19). Mientras nosotros hablamos
de méritos, culpas o derechos adquiridos, Dios nos está acogiendo a todos con
su amor insondable y su perdón.
Este Dios crucificado se revela
hoy en todas las víctimas inocentes. Está en la cruz del Calvario y está en
todas las cruces donde sufren y mueren los más inocentes: los niños hambrientos
y las mujeres maltratadas, los torturados por los verdugos del poder, los
explotados por nuestro bienestar, los olvidados por nuestra religión.
Los cristianos seguimos
celebrando al Dios crucificado, para no olvidar nunca el “amor loco” de Dios a
la humanidad y para mantener vivo el recuerdo de todos los crucificados. Es un
escándalo y una locura. Sin embargo, para quienes seguimos a Jesús y creemos en
el misterio redentor que se encierra en su muerte, es la fuerza que sostiene
nuestra esperanza y nuestra lucha por un mundo más humano.